Un país que no ha aprendido a leer ni a dialogar

Vivimos en un país que no ha aprendido a dialogar. Lo que está pasando con el Paro Nacional es un buen ejemplo. Lo triste es que mientras esto siga así, seguirán muriendo los jóvenes en las calles y los bloqueos impedirán que se trasladen las personas y que circulen los alimentos y los bienes.
El periódico El País de Cali tituló en primera plana el día 9 de mayo: “Indígenas agredieron a habitantes del sur de Cali”. El encabezado ratificaba la misma idea: “Los residentes acusan a los indígenas de atacarlos”. Seis horas antes el diario El País de España, uno de los más reconocidos de habla hispana, titulaba de manera totalmente opuesta: “Civiles armados disparan a indígenas y el caos se apodera de Cali”. Cuando subí a redes un trino destacando la manera como los dos periódicos interpretaban los mismos hechos, el jurista y columnista Rodrigo Uprimny comentó con agudeza: “Son dos países viendo dos países”. Tenía toda la razón.
Jhon Jairo Hoyos, Representante a la Cámara por el Partido de la U, formuló una tercera versión. Según su testimonio, ampliamente difundido en redes, los indígenas fueron atacados por civiles armados y diez de ellos resultaron heridos. En la persecución llegaron hasta un conjunto en el cual vivían algunos de los agresores. Los indígenas lanzaron piedras contra algunas casas del conjunto. Monseñor Darío Monsalve, Arzobispo de Cali, pronunció unas muy bellas palabras dirigidas a la minga indígena en el momento que retornaban a sus tierras: “Les pido perdón, a nombre de la ciudad y de las autoridades de Cali, por las situaciones vividas. Ustedes son el pueblo esperanza de saber ancestral y aprendizajes de paz”.
Son cuatro perspectivas de un mismo hecho. Es necesario conocerlas para interpretar adecuadamente una realidad tan compleja como la que estamos viviendo en el país. Se trata de la primera característica de la lectura crítica: el multiperspectivismo o capacidad para leer la realidad desde diversas perspectivas. Sin embargo, según los estudios ampliamente divulgados por PISA (2018), tan solo lo logra uno de cada cien jóvenes en Colombia. La mitad de ellos se queda con lecturas fragmentadas y no pueden integrarlas para realizar una interpretación general y crítica, mucho menos, si para cumplir con ese propósito tienen que poner en diálogo perspectivas opuestas.
No hay duda: el gobierno Duque se ha quedado con una lectura fragmentada del paro. Una y otra vez reitera los hechos de vandalismo, los incendios, la destrucción de estaciones del transporte público y de entidades bancarias. Todo eso es grave y es cierto. Sin embargo, no podemos reducir el paro a los actos vandálicos, los incendios y la posible infiltración de los minúsculos grupos guerrilleros actuales.
Adicionalmente, el Gobierno Duque no se cansa de estigmatizar la protesta e insiste en el número de policías heridos y de locales robados. Pero guarda total silencio ante las 3.405 denuncias que se han presentado por violaciones a los Derechos Humanos por parte de la fuerza pública (Temblores, mayo 27, 2021). Varias de ellas son especialmente graves porque involucran a policías que acompañan y dialogan con los civiles armados que disparan a los manifestantes. Esto significa que el Estado está rompiendo el pacto social e incumpliendo su tarea esencial: proteger la vida. Es muy importante que mundialmente se conozca, porque implicaría una ruptura del Estado de Derecho en el país. El caso de los desaparecidos es especialmente preocupante. La CIDH relaciona 132 casos. Una verdadera tragedia para los Derechos Humanos. También hay silencio al respecto. Y al mismo tiempo que se contabilizan decenas de muertes durante el Paro, el ministro de justicia las atribuye a “riñas callejeras”. Sin palabras.
El gobierno sabe que el 84% de los jóvenes en el país están a favor del Paro y que el 91% tiene una imagen desfavorable del presidente (Cifras y concepto, mayo, 2021). Por eso ha preferido que las denuncias sobre violaciones a los Derechos Humanos sean investigadas por sus amigos y subalternos, no por organismos nacionales e internacionales independientes. Por eso mismo ha dilatado todo lo posible la visita de la CIDH al país.
Al Comité del Paro le está sucediendo algo análogo. Reitera las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos por parte de la fuerza pública, señala que el Gobierno Duque tiene un pliego de peticiones desde hace un año y que nunca los invitó a dialogar. También resalta que el gobierno pretende aplazar las negociaciones en un intento por debilitar el masivo apoyo nacional al Paro. Todo eso es cierto. Aun así, el Comité se demoró en rechazar de manera clara, contundente y abierta los bloqueos que están desabasteciendo a los ciudadanos. Le falta firmeza para condenar el vandalismo y la destrucción de las estaciones de Transmilenio que obligan a las personas más humildes a caminar horas enteras cada noche en las que hay marchas. El Comité comparte en redes miles de videos queevidencian las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos por parte de la fuerza pública. Sin embargo, aunque el rol y la responsabilidad es diferente a la del Estado, también hay que decir que no condena con la fuerza que se necesita que sean quemados policías, destruidas estaciones de transporte público y robadas múltiples entidades comerciales. Eso también corresponde a una lectura fragmentada.
Las redes han garantizado que las violaciones a los Derechos Humanos no queden impunes, pero también han aumentado la intolerancia y promovido cientos de noticias que terminan siendo fake news. Leemos exclusivamente a quienes piensan igual que nosotros, al tiempo que bloqueamos a quienes tienen ideas diferentes. Eso limita las perspectivas y favorece el pensamiento único, las bodegas de pensamiento y las visiones dogmáticas y sectarias.
Estanislao Zuleta (1984) advertía claramente este problema cuando en su hermoso Elogio de la dificultad decía: “No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro solo puede ser error o mala fe”.
Una vez más, la única opción que tenemos como sociedad es mejorar la calidad de la educación que brindan las escuelas, los medios masivos de comunicación, los políticos y las familias. Necesitamos colegios que enseñen a leer utilizando diversidad de fuentes y perspectivas. Es lo que hacen los mejores maestros, pero falta que lo generalicemos en todos los colegios del país. Así mismo, necesitamos medios de comunicación que investiguen, confronten perspectivas diversas de las noticias e inviten a debates argumentados. La gran mayoría no cumple con estas condiciones. Un caso extremo lo constituye la nueva Revista Semana. Durante décadas fue un ejemplo de prensa libre, investigativa, rigurosa e independiente y hoy es ejemplo de una revista cuyo Consejo Editorial defiende los intereses electorales del partido de gobierno.
La Silla Vacía le pasó el “detector de mentiras” a un trino del ministro de defensa, que atribuyó a la fuerza pública la creación de corredores humanitarios en el Valle. La revista encontró que era una fake news, “porque la entrada de los vehículos a Cali se había dado gracias a una mesa de diálogo con los manifestantes”. Necesitamos más diálogos regionales, más presencia de las iglesias y las alcaldías. Tiene razón la ONU al invitarnos a defender “el diálogo y la vida” en Colombia. En la misma línea, los 17 embajadores de la Unión Europea en Colombia respaldaron “el diálogo y la negociación como única vía para una salida sostenible a la crisis”. Por el contrario, el partido de gobierno insiste en reforzar la autoridad y la militarización. Necesitamos fortalecer nuestra frágil democracia. A mediano plazo, un primer paso es invitar a los jóvenes a participar de manera masiva en las próximas elecciones. Al fin y al cabo, las protestas en las calles no elegirán a los gobiernos que necesitamos para construir un país que les plantee alternativas para su futuro, que consolide la paz y en el que participemos todos. Mientras esos días llegan, el clamor hoy es para que el gobierno permita el ingreso de la CIDH a Colombia e inicie las negociaciones. También el llamado es para que el Comité del Paro invite a levantar de manera inmediata todos los bloqueos en el país. Sin excepción. La vida de miles de ciudadanos sigue en riesgo. En la primera noche que entró el rigor el decreto de militarización, murieron 13 jóvenes en Cali. ¡Trece vidas perdidas en primavera! La pregunta de Bob Dylan en Blowin’ in the wind es muy pertinente en estos momentos en nuestro país: “¿Y cuántas muertes harán falta para que entienda que ya han muerto demasiado? La respuesta, amigo mío, vuela con el viento”.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)
Tomado de: El Espectador

